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En ningún tiempo debería decirse a los seres humanos que son inmortales, sino que han de jugarse aquí la vida y la muerte; así el ideólogo, el idealista, si es honesto, no tiene que inventar, no es un «dador de esperanzas» o mercader de indulgencias plenarias.
Vivimos un momento muy difícil en la historia, porque a cómo vamos, la humanidad se puede acabar. Quedan de dos sopas:
a).-Lo apocalíptico, enloquecedor.
b).- El absolutismo fascista, porque las sociedades burguesas están desgastadas, han perdido la fe en todo tipo de instituciones. Las sociedades no solo se derrumban por las contradicciones económicas, sino por algo que es más grave, las contradicciones culturales.
La muerte es un pensamiento que agobia al corazón de ser humano, recordándonos de manera inexorable la naturaleza finita de nuestra existencia. Ni aún amasando una fortuna o poder ilimitados podemos evitar la certeza de que, algún día, habremos de morir. Durante nuestra vida, experimentamos la transitoriedad cada vez que confrontamos los sufrimientos del diario vivir, de la vejez, de la enfermedad y, finalmente, de la muerte. Ningún ser humano está exento de estos pesares.
En cambio, la muerte, es vista como el mal, la nada, lo sombrío y lo irracional. Esta es la idea negativa que prevalece sobre la muerte. Con tantísimas muertes registradas intentamos ignorarla. Hemos apartado los ojos de la preocupación más profunda y esencial, con el afán de empujar la muerte al rincón de las sombras. Para muchos la muerte es la mera esencia de vida; es el vacío, la nada… La vida se asocia con todo lo bueno: con el ser, la racionalidad y la luz. El Sutra de loto, esencia del budismo Mahayana, señala que el propósito de la existencia y del ciclo de nacimiento y muerte es estar felices y en paz en esta vida, que es la que nos tocó vivir.
A once años ya de la ausencia materna, reflexionar sobre la vida y la muerte es saludable, jefa. Para el budismo, la vida no es tanto el cese de una existencia, sino el comienzo de otra nueva.
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